
Por Sandra Howard (ex Viceministra de Turismo de Colombia)
Arranco esta semana con una confesión que me ronda la cabeza mientras veo cómo nuestros ricos destinos emergentes -y otros no tan emergentes- se esfuerzan por abrirse un sitio en el mapa turístico y me parece que caemos en la trampa de querer ser la «Suiza colombiana» o la «Santorini de Suramérica». Y sí, entiendo la intención: ¡queremos que el mundo nos mire! Pero, ¿no será que esa estrategia nos está haciendo un flaco favor?
Pensémoslo: si un viajero sueña con los canales de Venecia, lo más probable es que compre un tiquete a Italia. Si su fantasía es una isla blanca y azul en el Egeo, su brújula apuntará a Grecia. Y si bien en Colombia tenemos lugares con una belleza impresionante –como la Ciénaga Grande de Santa Marta (Magdalena), que a veces se compara con Venecia por contar con pueblos palafitos que aprendieron a vivir en medio del agua; o La Aldea en Doradal, (Antioquia), que algunos llaman la ‘Santorini colombiana’ por sus edificaciones blancas y balcones azules– , la cruda realidad es que esa desproporción nos aleja de nuestra verdadera joya: nuestra autenticidad.
Este fenómeno no es exclusivo de Colombia. En nuestra Latinoamérica querida, vemos cómo en Argentina, Bariloche se llevó el apodo de la «Pequeña Suiza», pero compite ahora con la «Suiza chilena» que es la región de Pucón y Villarrica; y las trajineras de Xochimilco, ese medio de transporte prehispánico, dizque lo convierten en la «Venecia Mexicana», desconociendo que este pueblo es también patrimonio de la humanidad desde 1987, con sus propios méritos. Incluso Cuenca, Ecuador, patrimonio cultural declarado por UNESCO hace más de 25 años, es la «Florencia de Sudamérica».
De San Andrés se ha dicho que es el Bali de Suramérica por sus aguas cristalinas y que en Mesetas, Meta, está el Tailandia colombiano. O ¿está en Tumaco?. También he oido que tenemos nuestro propio Machu Picchu, en Betania, Antioquia. O ¿será que se refieren a Teyuna, en la majestuosa Sierra Nevada de Santa Marta?. Bueno, ni mencionar el ecoparque Cristo Rey en Cali que es una réplica del Cristo de Corcovado, Brasil.
A lo que voy con esto es que estamos dejando pasar la oportunidad gigantesca de afianzar nuestra autenticidad y elementos diferenciales en momentos en que el mundo está saturado de lo mismo y ávido de ver cosas nuevas. Es hora de dejar de buscar en espejos ajenos y de invertir en diseñar estrategias de marketing que celebren nuestra esencia. Una estrategia integral que parta de una comprensión profunda de la propuesta de valor única de cada lugar, que conecte con la riqueza natural de su territorio, su cultura viva y la calidez de su gente. No solo atraerá al viajero que busca esa «otra cosa», esa experiencia significativa y única que no encontrará en ningún otro lado, sino que también dinamizará la cadena de valor local, con un impacto real y sostenible.
Y ya saben que es lo peor de las comparaciones… ¡que son odiosas! Crear una expectativa que no podemos llenar (porque no hay dos sitios iguales) lastima el destino y decepciona al viajero. Así que, ¿por qué conformarnos con ser una «réplica» cuando podemos ser el original que todos quieren conocer? En cada uno de nuestros países tenemos con qué. En Grupo Tribo creemos firmemente que nuestros destinos crecen al potenciar lo que nos es propio y hace diferentes. ¡A impulsar destinos auténticos! Y tu, ¿prefieres las referencias usuales o te atreves a descubrir nuevos lugares? Los leo…