La aventura de visitar la cordillera más antigua del mundo
Por Vianette Monsalve, Editora General Turismo a Tiempo
Cuando me preguntan cuál ha sido el viaje que más ha marcado mi vida tengo que decir que la visita al Salto Ángel en Venezuela es una de las más importante de mi historia pe
rsonal de viajes.
Llegar hasta el Salto Ángel no es fácil, pues está ubicado en el interior de Venezuela en el costado occidental, en el Parque Nacional Canaima. Hasta allí lo más conveniente es llegar en avión y el servicio se presta con vuelos tipo chárter.
Canaima es uno de las reservas naturales más extensas del mundo y guarda en su interior las montañas más extrañas que he visto en mi vida.
Se trata de los tepuyes, unas mesetas de roca con paredes totalmente verticales, que mezclan de forma perfecta con el verde de la selva. Son innumerables las caídas de agua que se ven durante todo el recorrido y la mayor parte del tiempo están adornadas con niebla.
Logré llegar a este lugar gracias a la invitación de la Fitven, que es la feria de turismo que hace Venezuela anualmente. El viaje fue relámpago. Tomamos un vuelo chárter desde Isla Margarita, que nos llevó hasta el Estado de Bolívar, allí amanecimos en el campamento Venetur, un hotel campestre con muchas comodidades.
La ambientación del campamento es hermosa y natural, las habitaciones tienen una buena cama, un lugar para acomodar la ropa, sanitario y ducha con amenities; amplias zonas comunes y un restaurante para servicio tipo buffet con muy buena gastronomía. Lo único que no tiene este hotel es servicio de internet, que se soluciona visitando un cibercafé en el poblado de Canaima al que se llega caminando en 5 minutos.
El viaje hacia el Salto Ángel comienza a las 5 de la mañana y se hace navegando en contracorriente el río Carrao, en una embarcación de madera que en la zona la llaman “curiara”. Cuando los primeros rayos del sol iluminan el río el agua se ve como oro líquido, con más luz comienza a verse transparente y de tonos que van entre el ámbar y el rojo.
El guía nos aclara que el color del agua se da por la gran cantidad de minerales y taninos que tiene la cuenca y que además algunas playas que se ven brillantes o de color rosa por el cuarzo que contienen sus arenas.
Una de las grandes riquezas que tiene esta experiencia es que los guías certificados son indígenas de la etnia Pemón; deslumbran sus innumerables historias de misterio y el conocimiento de la zona, pero más aún, que dominan además del español, como mínimo el idioma inglés y muchos de ellos el alemán y hasta el francés.
Durante las tres horas que dura el viaje hacia Salto Ángel el guía cuenta que en total son 115 tepuyes, estas son las elevaciones geográficas en pie más antiguas del mundo, pues los científicos dicen que tienen más de 3 mil millones de años y han estado preservadas gracias a lo difícil que es llegar. Dicen que el 90% de los tepuyes no han sido pisados por humanos y que un tercio de las especies animales que habitan allí son endémicas.
Uno de los tepuyes más emblemáticos es Roraima, es el lugar que más personas han escalado. En el inicio del recorrido se ve imponente, hermoso, sin embargo, todas las montañas que se nos van revelando durante son impresionantes por sus formas impredecibles.
Durante el viaje se hace una parada para desayunar en Isla Orquídea, en una construcción rústica que hace las veces de campamento, es administrado por los pemones y se usa también para que los viajeros puedan pernoctar en hamacas cerca del salto.
Después del desayuno la ansiedad por llegar al Salto Ángel se hace mayor. En el momento de volver a la curiara nos contaron que cuando los continentes aún estaban unidos en la Pangea, esta cordillera estaba unida a lo que hoy es el continente africano.
Cuando por fin se divisa a lo lejos el Ayantepuy, la emoción es grande. La curiara desembarca en la Isla Ratón, se debe cruzar a pie un río para llegar a la base de esta montaña. Desde allí se camina una hora para llegar al primer mirador en el que se puede ver el salto. La caminata no es extrema y personas de todas las edades pueden hacerla.
No puedo negar que soy una persona sensible y estaba muy triste pues nuestro guía pemón nos había advertido que el Ayantepuy es caprichoso y no deja ver el salto si los visitantes que llegan allí perturban la montaña. La verdad es que al momento de nuestra llegada había mucha niebla.
Caminé resignada y cuando la selva se abrió para darles paso a mis ojos, sentí un corrientazo fuerte en mi pecho y comencé a llorar, pero con un gozo que nunca antes había sentido ante cualquier otro paisaje natural. La montaña había sido generosa con nosotros, desde allí se veía el salto, el Karepakupai Vená, que en lengua pemón significa “Salto del Lugar más profundo”.
Continué el ascenso hasta mirador desde donde se aprecia mejor el salto, allí hay que tener mucho cuidado de no resbalarse, pues las rocas son un poco lisas. Este es el salto de agua más elevado del mundo, mide casi 979 metros de altura, es 17 veces más alto que las cataratas del Niágara.
La leyenda de El Dorado también tiene historia escrita en este salto, los españoles conquistadores bajaron por el Río Orinoco y tomaron el Carrao, atraídos por las historias de las grandes riquezas que esta montaña guarda. El primer expedicionario contemporáneo que lo “descubrió” es el militar Félix Cardona Puig en 1927, sin embargo, el nombre de Salto Ángel se dio en honor a Jimmie Ángel, un piloto estadounidense que fue el primero en aterrizar en lo alto del Auyantepuy, el 21 de mayo de 1937.
Los historiadores dicen que Jimmie volaba en busca de una mina de oro y tuvo que aterrizar abruptamente. Para salir de allí, él y su tripulante tuvieron que caminar 15 días por la selva, Félix Cardona fue quién se encargó del rescate.
Son muchas las historias que esconde este cerro como que allí viven mutantes y especies de animales que nadie ha visto. De hecho, dicen que un europeo llamado Alexander Laime exploró y vivió en el Auyantepuy, descubrió el oro perdido, convivió con seres extraños y que se llevó a la tumba los secretos que allí vivió.