Perú no sólo es Machu Picchu

Este es un recorrido por el Circuito Sur. Lo primero que me llama la atención es que se nota que Perú es una tierra con historia. Se lee en los ojos de los peruanos, se respira en el ambiente. Luego, con el paso de las horas, descubro además que mis profesores del colegio siempre estuvieron equivocados. Viajar por Perú es descubrir la verdad sobre América, que siempre ha sido un cuento mal contado.

Por Juan Gonzalo Benítez

Después de varios días en Perú uno se siente más americano que nunca. Esa extraña vergüenza de ser descendientes de indígenas se transforma en una profunda nostalgia y una emotiva satisfacción por el pasado que tenemos.

El Circuito Sur es una de las rutas encantadora, sin embargo muchos viajeros se pierden sus incontables atractivos por el afán de tomar un avión de Lima a Cuzco con el fin de visitar únicamente Machu Picchu. El camino por tierra, que toma varios días, ofrece lugares y experiencias que bien vale la pena conocer. Esta vez me propusieron un viaje atípico: el circuito sur sin llegar a Machu Picchu.

Para mí el viaje comenzó con un ejercicio maravilloso: desaprender. Dos horas en Lima me bastaron para darme cuenta de que mis profesores me habían enseñado un montón de cosas que ahora me generaban dudas.

Para empezar me habían dicho que en los desiertos hace un calor sofocante y que el clima tenía que ver con la altura, mientras más alto más frío. En clase sonaba lógico. Sin embargo, me estaba congelando del frío en Lima, una ciudad ubicada en medio de un inmenso desierto y al lado del mar.

El guía me explicó –y esto como que no lo sabían mis profesores- que este desierto, que bordea toda la costa peruana, se forma por la corriente fría de Humbolt que viene del sur.

Pero ahí no terminaron las sorpresas. Un inmenso monumento me llamó la atención.

- “Es nuestro libertador -dijo el guía-: José de San Martín”.

- “¿Cómo así?”, pregunté yo. Siempre me dijeron que Bolívar había libertado 5 países: Colombia, Venezuela, Ecuador, Bolivia y… ¡Perú!.

Y más aún, mi último recuerdo aseguraba que al General José María Córdova se le conocía como “El héroe de Ayacucho”, pues había sido el artífice de la victoria en aquella batalla que habría definido la libertad de los peruanos.

- “No sé quien es José María Córdova”, me dijo el guía.

- “Perdón”, respondí y preferí no seguir la conversación. Ya me había quedado claro.

DE LIMA HACIA EL SUR

La primera vez que el viajero se siente deslumbrado es al entrar en Huaca Pucllana. Su nombre quiere decir “Lugar sagrado del juego”. Es una construcción en forma de pirámide truncada que, se calcula, fue construida hace 1600 años por la cultura Lima. Hasta 1981 estuvo cubierta por arena y en 1960 iba a ser demolida para construir una avenida pero los trabajadores encontraron lo que hay hoy: construcción impresionante de 25 metros de altura en un lote superior al que ocuparían 4 canchas de fútbol.

Después de recorrer los museos y los restaurantes de Lima, además de practicar el parapente y fracasar en el aprendizaje del surfing, la primera estación es Paracas. Se trata de una reserva natural en la que se han identificado 1543 especies animales, entre ellas el pingüino de Humbolt, especie en vía de extinción de la que solo quedan 1200 individuos.

Para verlos solo es cuestión de ir a Islas Ballestas. Allí, además de pingüinos hay miles de aves y centenares de lobos marinos.

El viaje continúa hacia Ica. Esta es la capital de la región, que sigue siendo desértica. A decir verdad solo veremos arena hasta que tomemos la vía a Arequipa, que dependiendo de las paradas puede ser en unos 5 días.

En Ica hay tres planes imperdibles: Uno es el de recorrer las dunas del desierto en boggie. El carro, que es conducido por expertos, no por los turistas, sube a las altas montañas de arena delicada y luego desciende a una velocidad alocada… es como una montaña rusa sin rieles.

Luego, bien vale la pena ir al Museo de las Piedras. Es una colección de petroglifos que, dicen, tienen 2 mil años de antigüedad. Lo extraño es que en ellas los indígenas habrían dibujado desde planos astrológicos con exagerada precisión hasta complejas cirugías de transplantes de órganos. Algunos rostros escépticos me indican que algunos de los turistas creen que se trata de un montaje. Pero para los curiosos la historia resulta, por lo menos, atractiva.

Y para terminar… Huacachina. Nunca había visto uno… pensé que se trataba de fantasías de los cuentos infantiles. Pero nos acercamos y tras una prolongada curva… ahí estaba… un oasis en medio del desierto.

ENCUENTRO CON EL PASADO

Aunque desde que comienza el viaje en Lima el tema de la historia siempre está presente, es en Nazca cuando el pasado adquiere una dimensión que supera los sentidos.

Los peruanos saben que tienen historia y, lo más importante, la valoran. Basta decir que 7 millones de peruanos hablan Quechua y otro millón hablan Aimara, una lengua que sobrevive en los límites con Bolivia.

Sus ciudades y sitios más importantes tienen nombres indígenas: Lima, Nazca, Ica, Cahuachi, Cuzco, Machu Picchu… y el directorio telefónico está lleno de apellidos indígenas, como Olaechea, Chumpitaz o Tasaico.

Los peruanos sienten orgullo por lo suyo y no se creyeron la historia de la civilización superior europea que los colonizó. Por ejemplo, no quieren a Francisco Pizarro, quien fundó a Lima en 1535. “Qué vamos a admirar a Pizarro. Era un tipo analfabeta, que necesitaba que otros le leyeran y le escribieran las cartas que él ni sabía firmar. Además, el tipo traicionó a los Incas y con engaños secuestró a Atahualpa en plena plaza principal de Cajamarca. Y lo quemó en la hoguera después haber cobrado el rescate”, explica el guía.

Efectivamente, ese fue el primer secuestro ocurrido en América. Fue el 16 de noviembre de 1532. Eso hizo el fundador de Lima con el máximo jefe de los Incas. Esa es la verdadera historia de América.

LÍNEAS DESCONCERTANTES

En 1926 el piloto Toribio Mejía las descubrió. Son cerca de 200 figuras y 10 mil líneas distribuidas en un área de 525 kilómetros cuadrados en medio del desierto de Nazca.

Las líneas de Nazca sorprenden a cualquiera. No importa qué tanto haya uno leído antes del viaje, la sensación de verlas desde el aire siempre será alucinante. Actualmente 13 empresas aéreas ofrecen el servicio de sobrevuelo en avioneta. Más de 70 mil personas visitan las líneas cada año.

El misterio es parte del encanto. Fueron hechas entre el año 200 a.C. y el 800 d.C. Tienen apenas 30 centímetros de profundidad pero no se borran. Según estudios de la Universidad de Massachusett, los triángulos marcan la ruta de aguas subterráneas, de donde se surtían los indígenas. Las figuras son enormes. La más grande, el alcatraz, alcanza los 300 metros de largo.

El científico Eric Fraindgeniger, hace unos 30 años, lanzó la teoría de que las líneas habían sido hechas con ayuda de extraterrestres. Maria Reiche, la alemana que más estudió las líneas y quien fue sepultada al lado de ellas en 1998, descarta por completo esta teoría y dice que todo es obra de los indígenas de la cultura Nazca que las veían desde torres de madera de 10 metros de altura. Puede sonar creíble, pero para los viajeros románticos, la hipótesis de las naves espaciales es mucho más provocadora.

También en Nazca está el cementerio Huauchía, donde es posible ver 12 tumbas indígenas con los esqueletos momificados y todo el ajuar funerario.

Y lo más sorprendente apenas está por conocerse: Cahuachi. Es una altísima pirámide parecida a Chichen Itzá. Su nombre significa “El que todo lo ve”, pues desde lo alto el máximo jefe nazca de la época divisaba el desierto. Su descubrimiento es relativamente reciente y aún el ingreso de turistas es restringido en algunas épocas. Quienes ya tuvimos el privilegio de conocerlo quedamos con la sensación de que en unos años será tan famoso como Machu Picchu.

En este punto escuchamos una reflexión interesante que nuevamente confirma que lo que nos dijeron en el colegio fue poco y mal contado. “Ya vieron algunas muestras de las cultura Lima, Paracas, Nazca… en el norte tuvimos la cultura Mochica… pues bien, imagínense una enorme torta de chocolate adornada con una cereza. La torta es toda la historia de las culturas que habitaron el Perú. Los Incas, son solo la cereza”.

DEL DESIERTO A LA SIERRA

Perú está dividido en tres grandes franjas: costa, sierra y selva. La costa es toda la margen occidental que está sobre el océano pacífico. Toda es en suma un extenso desierto. La sierra es verde y blanca. Son los Andes que cruzan hacia el norte con muchas copas nevadas en sus lugares más altos. Y la selva, claro, es el Amazonas, al que se llega haciendo el circuito norte.

Nuestro viaje, después de dejar el desierto, nos lleva a Arequipa. Ubicada a 2.350 metros sobre el nivel del mar es la segunda ciudad de Perú. Tiene 900 mil habitantes y es conocida como “La ciudad blanca”, pues la mayoría de sus construcciones, principalmente las antiguas, están hechas con sillar, una piedra volcánica de ese color. Desde allí se ven, majestuosos, tres volcanes: El Misti, el Chachani y el Pichu Pichu.

El Convento de Santa Catalina, construido en 1580 y la Plaza de Armas son lugares de gran valor histórico. Aquí ya se ven las ventas de chullos (gorros con orejeras elaborados con pelaje de alpaca), ruanas, ponchos y artesanías.

UN ÚLTIMO ENCUENTRO

Cuando salimos de Arequipa, 8 días después de haber iniciado el viaje en Lima, solo nos restaba un destino: el Cañón del Colca.

Para llegar es necesario cruzar un punto de la vía que está ubicado a 4.910 metros sobre el nivel del mar. El oxígeno empieza a escasear. Es una sensación extraña. Caminar 10 pasos produce un ahogo mayor que el de subir 15 pisos por escaleras en una ciudad costera. Y al lado, silvestres, corren las llamas, las alpacas, las vicuñas y los guanacos.

Seguimos el camino a Chivay, la pequeña población que acoge a los turistas que llegan a esta zona. Desde allí se organizan las salidas al majestuoso Cañón del Colca.

El cañón en sí mismo es un gran atractivo con sus 3.200 metros de profundidad. Por su belleza natural y por los terraceos que construyeron los Incas para mejorar sus cultivos. Pero el momento más emotivo, sin duda, se vive en La Cruz del Cóndor. Es un mirador privilegiado a donde llegan, en la mañana y al caer la tarde, un grupo de cerca de 20 cóndores y más de 400 turistas.

El cóndor despliega sus alas y alcanza los 3 metros de longitud. Solo vuela en las grandes alturas. Para verlos es necesario llegar a puntos como este, entre los 4 mil y los 7 mil metros de altura. Ver volar al cóndor es un excelente cierre para esta historia.

Para quienes tienen dudas sobre este destino tengo 3 cosas para decirles:

  1. A Perú hay que ir por lo menos una vez en la vida. Vale la pena.
  2. Perú hay que recorrerlo. No basta estar en Lima. El Circuito Norte y el Circuito Sur son buenísimos los dos.
  3. Machu Picchu es fantástico. Imperdible. Pero ese será tema de otro relato.

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